Cantos de Sirena





Por: Koral García Delgado @harkalya y Jorge Carrerá


La luz del sol entrando por el pequeño espacio entre la cortina y el dintel de la ventana le dio directamente en los ojos, ella somnolienta los abre con lentitud, arruga el entrecejo… en su memoria aún frescas las imágenes de un mundo extraño, azul y líquido, resuenan, intenta recordar ese sueño recurrente, donde es "alguien", donde es reconocida, donde es regia.

Un bebé llora a su lado, ella lo toma en sus brazos y lo amamanta con el amor infinito de una madre, lo observa embelesada mientras alivia la turgencia de sus pechos; la mañana aunque soleada se siente fría, como todas las mañanas en esta urbe de ladrillo, en este laberinto miserable. Se levanta por fin y entre atender al niño, asearse y medio poner en orden la cama y la ropa para lavar en el lavadero comunal, revisa su bolso de mano y sale corriendo de su habitación de la pensión dejando la puerta bien cerrada.

-Seño Maltilde, Buenos días, dice con voz sonora.
-Mijita se le hizo tarde otra vez, muestre este muchacho para acá.
-Seño Matilde mañana le pago lo de la pieza, no se preocupe oyó?
-Bueno mijita, pero sin falta porque Rubén se molesta.

-Noo doña Matilde yo le cumplo, no le diga a don Ruben. Hasta luego doña Matilde.
-Bueno mija, venga temprano que este chino suyo da mucho trabajo.
-En la tarde nos vemos.
Miladys sale corriendo de la pensión a la estación del bus, al llegar las filas interminables como siempre, la gente abarrota la estación. Con parsimonia los pasajeros van entrando en los buses de manera desordenada, el roce con las otras personas, cuidar la cartera, el agobiante transporte público, entre empujones y pisotones logra acomodarse en un puesto libre de la parte de atrás del bus cuando éste comienza su lento transitar.

Los olores, el ambiente, el sonido rítmico del motor, hacen que cierre sus ojos. el sueño toma el control, su cerebro se desplaza al otro mundo. Otra vez a ese mundo azul hermoso, otra vez esa sensación de ser amada y respetada, plena...

Una pequeña joven de piel dorada en túnica blanca se le acerca con un ánfora.

-Mi señora, su baño está listo. 
 
-Voy, ¿qué ha pasado con los hipocampos del establo imperial? ¿Los lograron controlar?

-No lo sé, mi señora cuando usted llegó anoche estaban aún buscando las almejas para eso.

-Ahora que me acicale, vas a buscar al Comodoro Superior, que venga a mí.

-Sí, mi señora.

En el mismo momento en que se despoja de su vestimenta y se introduce en la tina humeante extendiendo su larga cola escamada en el agua tibia, el bus frena, Miladys choca la cabeza contra el cristal, su frente perlada en sudor, abre los ojos, toca sus pertenencias instintivamente, respira aliviada y mira hacia afuera tratando de ubicarse, aún falta una hora de viaje aproximadamente, vuelve a cerrar los ojos.

Quiere volver allí, al perfecto mundo amplio y azul, a su verdadero hogar, a Su Reino, pero esta vez no lo logra. Algo lo impide, algo simplemente no está bien. La tela áspera de la ropa del pasajero a su lado la incomoda. Su sudor es agrio, molesto, destila un rancio tufillo de alcohol, totalmente antónimo de ese lugar ahora inalcanzable, el hombre se explaya en el asiento invadiendo su espacio, la observa con lascivia y se relame los labios sonriendo vulgar. Con la mano izquierda disimuladamente él le toca la rodilla, ella se sobresalta, se acomoda la falda e intenta apartarse pero el tipo persiste, ella intenta arrinconarse pero el vaivén del bus ocasiona que las piernas se froten, lentamente el asco de Miladys se va transformando en rabia al percibir de reojo que el hombre tiene una erección, que ha introducido su otra mano en el bolsillo de su pantalón y casi con descaro se masturba aunque ella lo esquivara.

Nadie más parece percatarse o no les importa, quizás prefieren que sea ella quien lo sufra, quizas incluso disfruten con complicidad y morbo de su pequeña desgracia. La respiración del hombre se hace más agitada, Miladys revisa su cartera y su tacto la encuentra, la navaja plegable que hace tantos años le regaló su padre. Observa otra vez por la ventana, ya no falta tanto para su parada, se levanta y aprieta el botón que indica al chofer que se detenga. Una cuadra más y estará liberada.

El hombre le agarra una nalga, su corazón da un vuelco, cierra los ojos, piensa en su niño, piensa en el mundo azul, en el ánfora de aceites esenciales, en el jardín de algas, el bus frena y se detiene, Miladys finge tropezar cayendo de lleno sobre el troglodita y se afinca con una palma en su pecho y la otra mano en sus costillas, clavando hasta el fondo y retorciendo la cuchilla de la navaja, se acerca a su oído y le susurra "jo'eputa espero bien lo hayas gozado", rápidamente la pliega y envuelve en el pañuelo rojo con el que enfundaba el mango, se endereza y aparta, aferrando su cartera, abriéndose paso entre la gente hasta la puerta, con su voz cantarina de sirena entonando: "disculpe, con permiso, 'ñor por favor, con permisito, gracias", y así se baja del bus, con una sonrisa azorada, dejando allí al hombre sin aliento, con ojos desorbitados, sintiendo como escapan de él a la vez sin poder evitarlo su asesina, su semen y su sangre.




Arte: Harkalya 

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