Belle Epoque

 


Por: Koral García Delgado @harkalya 

Corría el mes de noviembre del año 2002. Por aquellos días tenía veinticinco años, a punto de cumplir los veintiséis. Unos meses atrás había renunciado a mi prestigioso empleo en un canal de televisión para tomar un puesto de reportera capitalina para un diario del interior cubriendo las fuentes de cultura e institucionales, entre otras razones porque me permitía viajar con los gastos cubiertos a la ciudad donde residía la tutora de mi tesis de grado, pagaba mejor y me dejaba mucho más tiempo libre, entre otros privilegios que fui descubriendo con el pasar de los días, tales como los pases de prensa a los eventos, las muestras promocionales de todos los productos patrocinantes, las degustaciones y los brindis... Un trabajo de ensueño para cualquier intelectual pero que lamentablemente no me duró mucho, ya que turbulencias políticas amenazaron la economía, el periódico efectuó una masiva reducción de personal y me dejó cesante apenas tres meses después. 

Muchas interrogantes pasaban por mi cabeza... ¿Había sido demasiado bueno para ser verdad? ¿Cómo pagaría las cuentas del próximo mes sin pedirle dinero a mi madre? ¿Me había precipitado al tomar la decisión de abandonar la seguridad anterior o simplemente había sufrido un golpe de mala suerte? ¿Habría alguna voluntad superior moviendo los hilos del destino o había cometido un craso error? No podría asegurarlo, aunque esto último era lo que más me repetían sin cesar mis familiares y allegados. Mis colegas del canal me decían que mi cargo continuaba vacante, que era posible que me reengancharan si lo pedía por las buenas, como la hija pródiga, si volvía arrepentida y le imploraba a la gerente. Pero yo me había negado, no quería dar marcha atrás aunque eso significara andar "matando tigres"* a destajo para poder pagar la renta y mantenerme. No sé decir si era por orgullo, soberbia o la sed de libertad lo que me motivaba, pero ya no me veía a mí misma otra vez todos los días encerrada meticulosamente en un minúsculo cubículo de 8am a 6pm además de las jornadas extra en el estudio del día de grabación del programa, vistiendo de manera incómoda y atendiendo las exigencias cada vez más absurdas de la directiva: "muchachas, deben venir maquilladas, no con la cara simple y el cabello recogido o secado de peluquería", "sólo pueden salir a almorzar de la oficina al cafetín del canal", "no te coloques una flor natural en la cabeza", "no uses ropa de colores vivos y estampados"... ¡Qué para mí sonaban como "no camines, no mires pa' los la'os", "no te muevas, no pienses", "no respires"! Definitivamente no podía regresar allí, para mí eso no era vivir sino sufrir cada día una muerte a cuentagotas.

Fue así como entre una cosa y otra acepté hacer de bartender en el local de Ricardo. Quedaba en Bello Monte, tenía decoraciones art-deco, los asientos tapizados en terciopelo rojo y era un clásico de la fauna nocturna. Se trabajaba de miércoles a sábado, entrando a las 9pm y saliendo a las 6am. Como siempre he sido un búho me pareció bien. Como me gustaba rumbear allí me pareció bien. Como estaba desempleada me pareció bien. Como nunca le he tenido miedo al trabajo me pareció bien. Después de todo, la paga semanal superaba con creces el salario mensual de mis dos empleos anteriores, sin contar las propinas, y sólo sería por un mes, para hacerle la suplencia mientras su bartender habitual estaba de vacaciones. 

Pero no fue una "bella época" para mí. A principios de ese año había terminado la relación de varios años con mi novio, "el amor de mi vida", una relación tóxica y telenovelesca, pletórica, aderezada de celos, infidelidades, peleas y reconciliaciones apasionadas. Seguíamos saliendo esporádicamente, en realidad no terminábamos de superar la ruptura y seguíamos bastante apegados. Entonces tuve un retraso menstrual pero dadas las circunstancias dudaba en comunicárselo a él, era tan loco, tan impulsivo e impredecible, no tenía idea de cómo reaccionaría, ya habíamos conversado lo mucho que temíamos ese escenario y ahora ni siquiera estábamos juntos del todo como antes. No sabía qué hacer... ¿Me creería? ¿Me apoyaría? ¿Se desentendería?

Lunes: lo primero sería comprobar lo obvio, en el laboratorio me tomaron una muestra de sangre y me dijeron que volviera en media hora por los resultados, de las medias horas más largas que me ha tocado vivir... "Positivo débil" decía el papel. - Oye ¿cómo es esto de + débil?, ¿qué significa? Porque o es sí o es no ahh, ¡no se puede estar medio embarazada! le dije a la amable secretaria que me entregó el examen. Y ella sonriendo ante mi ocurrencia: - Significa que tienes muy poco tiempo, apenas un par de semanas pues la presencia de la hormona es débil en tu sangre. -Mmmmmm... Martes: Me quedé tumbada mirando el techo todo el día y parte de la noche. Miércoles: Diligencias diurnas, hacer las compras, arreglarme e ir a trabajar, qué remedio. Jueves: Dormir todo el día, levantarme, arreglarme e ir a trabajar, Dios, mi vida se volvió un desastre. Viernes: Más de lo mismo pero viernes, así que al carajo todo. Sábado: Esta jornada y listo por la semana. Domingo, lunes, martes y otra vez miércoles. El tiempo vuela y usa patines para agarrar más impulso. 

Miércoles, mi cumpleaños y la última semana en el bar. Llegué temprano después de pasear un rato por Sabana Grande y comer un helado en el Mc Donalds, saludé a los presentes y me senté en uno de los sofás a dibujar un rato antes de que comenzara mi turno, los muchachos apilaban las gaveras de cerveza en el depósito para aprovisionar las barras, el moreno Axel limpiaba la máquina del café expreso. Al rato llegó Iván, y nos incorporamos al ambiente electrónico, poco después empezaron a llegar los clientes, básicamente todo consistía en sacar birras del frigorífico, que a partir de la medianoche implicaba flexionar la cadera y sumergirse de cabeza remojando hasta los codos entre el aguahielo hasta dar con las botellas, eran pocos los que pedían tragos o cocteles, algún que otro galán de levante con sus jevitas sifrinas, o los grupos de gays que pedían con aplausos el show de malabarismos con botellas, Iván el protagonista mientras yo bailoteando medio sugerente a su lado, para disimular mi torpeza en tales maromas, más aún tratándose de objetos de vidrio.

Pero súbitamente el mundo se detuvo, un corrientazo que me atraviesa la columna y mis piernas que ceden, me sostengo entre el mostrador de los licores y el frigorífico, las caras a mi alrededor distorsionadas, contorsionadas, grotescas, un dolor inédito, una pesada ausencia, un horror cálido a ritmo de drum and bass, húmedo y pegajoso deslizándose abundante en fases estroboscópicas desde los pliegues de mi intimidad, el humo nauseabundo casi palpable de tan espeso... No hubo nada que decir, nada que decidir, se había ido. Nigredo, el niño del Vacío con la maldición de la sangre. El atanor fue encendido y el viaje alquímico comenzó.









*Nota de la Autora: "Matar tigres" se dice en el argot venezolano al hecho de hacer breves y diferentes trabajos temporales o informales.


Arte: Harkalya 

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