El Mapa de Lola

 


 


Por: Koral García Delgado @harkalya 

“La sonrisa es la llave mágica para muchos cofres herméticos” 

Hola, me llamo Goti, soy un tritón y tengo muchos amigos en todas partes del mundo, pero mis aguas preferidas son las del Mar de Barentz, donde resido. La historia que referiré ocurrió muy lejos de aquí, en cálidas aguas tropicales, pero es fidedigna, pues la supe de uno de los descendientes de su protagonista.

Lola Concha era una muchacha de buena familia, de ascendencia mantuana, pero a ella las convenciones sociales no se le daban muy bien que dijéramos. Su nombre de bautismo era Dolores Concepción, pero su trato era tan espontáneo y desenfadado que todos, hasta sus muy cristianos padres  la llamaban por su apócope. Siempre se mostró muy despierta y vivaracha, quizás incluso más de lo conveniente; a temprana edad se interesó en los comercios de su padre y trabó amistad con toda clase de personas en el puerto.

Este comportamiento no tardó en ser mal visto por las comadronas del pueblo, pero Lola Concha lejos de someterse a los cánones aceptados para las señoritas, se volvió cada vez más desafiante: Se cortó y tiñó el cabello, enfundó pantalones y mascó tabaco. La madre estaba horrorizada, pero su padre se divertía con sus ocurrencias y decía que Lola era como un hijo varón. No obstante sus extravagantes maneras, Lola Concha era una joven muy agraciada, de fino talle, cabello castaño y ojos grises claros y profundos.

Tales dones le ganaron la simpatía de muchos viajeros que competían por su amor y constantemente la obsequiaban con presentes de tierras remotas y hasta reliquias familiares. Lola aceptaba los regalos con cortesía sin demostrar preferencia por algún pretendiente. Al despuntar la mayoría de edad su tesoro secreto era considerable, pero la discreción en los lujos que se permitía la familia no despertaba sospechas de los valores acumulados.

Perlas de diversos tonos, formas y tamaños, piedras preciosas y cristales variados, lencerías de seda, tejidos tradicionales, collares, cadenas, anillos, dijes, brazaletes, relojes, pulseras, manuscritos antiguos, cartas de navegación, títulos de propiedades… La colección de Lola Concha era de lo más variopinta. Grandes baúles ocupaban más de la mitad de su habitación.

Así fue que un día, ayudada por su padre, Lola adquirió una embarcación y llevándose su caudal partió a recorrer el mundo. Tres de sus primos se enrolaron en su tripulación y también un tímido muchacho llamado Jesús, hijo de unos artesanos franceses que vivían en las afueras. Llevaban también cargamento de mercancías consistente en productos y frutos de las regiones tropicales, tan apreciados por los conocedores sibaritas del viejo continente.

Donde quiera que hacían tierra el carisma y la belleza de Lola Concha despertaban admiración, cosechando tributos de los galanes, tanto mozos como maduros, pero el corazón de la joven parecía estar cerrado por un sortilegio.

Tras un par de años Lola volvió a su tierra natal, reportó prósperos dividendos a su padre y trajo muchas finezas de tierras lejanas con las cuales comerciar con grande ganancia, garantizando estabilidad con su retorno. ¡Sus padres lloraban de contento!

Otra noticia los alegró aún más: Lola estaba encinta. Solicitaba su bendición para contraer nupcias con el buen Jesús, de quien se había enamorado durante la travesía. La celebración de la boda fue íntima y sencilla. Lola y Jesús mantuvieron activos los negocios familiares, fueron los progenitores de una numerosa prole con larga descendencia y murieron tranquilos al cabo de una longeva existencia.

Nada sabían sus hijos y nietos de las aventuras que unieran a esta pareja en su viaje inicial ni de la fortuna que la pintoresca “Mamá Lola” – como solían llamarla los nietos- reuniera gracias a su belleza.

Sólo conocieron el secreto una noche de Navidad, al abrir un baúl que siempre estuviera bajo llave; junto a documentos, joyas, armas y retratos, la bitácora y el mapa de la Capitana Lola Concha surgían del fondo doble. Los cinco navegantes habían guardado silencio absoluto sobre los pormenores de aquel viaje y aunque navegaron muchas veces más a  lo largo de su vida nunca experimentaron nada igual.

La familia no podía creer en los relatos de fábula que la delicada caligrafía de Mamá Lola construía para ellos. Después de mucho deliberar cinco de los nietos se armaron de valor y se hicieron al mar con el mapa y la bitácora como guías, dispuestos a encontrar el escondite de su legado secreto, el tesoro de la Capitana Lola Concha, bucanera encantadora que asoló el Caribe durante dos años burlando todas las autoridades.



Arte: Harkalya
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